jueves, 23 de junio de 2011

El muerto

El olor a podrido me revolvía hasta lo ajeno. No había dudas, estaba muerto. Muerto y diseccionado, que era peor.
Saltaba a la vista la creatividad del artífice, el cuerpo estaba dispuesto de tal modo que invitaba a la sonrisa, al aplauso por la metáfora. Un brazo en proceso de descomposición colgando del picaporte de la puerta de entrada, como si estuviera recibiendo a la muerte... Sería digno de un cuento.
El resto era un show de tripas, las había por doquier. Nunca vi tantas, a tal punto de imaginar no un muerto sino cuatro o cinco. El aspecto de los órganos internos sumergidos en la bañadera era un tema aparte. El agua, presumo caliente en su primer instancia, les profirió ese color de alimento precocido. A mi gato le hubieran encantado, aunque probablemente se hubiera intoxicado y muerto ahí, en esa misma bañera, lo que no cambiaría la escena ya lo suficientemente bizarra.
Lo único que me llamó la atención fue la carta de suicidio. Me pregunto aún hoy si la habrá escrito con el brazo que estaba al lado de la hoja, o con el que luego dejó en la puerta. O si fue antes o después de regar sus tripas por el suelo. Qué hombre inmundo, habiendo tantas formas de matarse...

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