lunes, 18 de julio de 2011

AMIA

Yo tenía 7 años.
Por esas cosas de la vida no vivía con mamá, mi abuela me sacaba los piojos mientras mirábamos la tele. Su amiga entró histérica, gritando cosas que no recuerdo, cambió de canal.
Un edificio estaba destruido, yo no sabía muy bien qué era. Mi abuela nombraba a mi madre, gritaba cosas que no comprendí y dejó de sacarme los piojos. Mamá no vendría a verme ese día. Igual la veía muy poco.
Yo no entendía de menemismo, de índices de desempleo, de discriminación, ni de nada. Yo tenía 7 años, y ya había sufrido muchas cosas.
Mucha gente me explicó lo ocurrido, mamá nunca pudo. Hoy no puede, no se si podrá algún día. Ella no tenía 7 años, por eso dolió más.
 Yo crecí y fui a los actos, escuché discursos, pedí justicia. Año a año perdí las esperanzas. Hoy es la primera vez que no voy, es el año que duele más. Me pregunto qué tanto más daño nos podemos hacer, qué tan impunes pueden ser ciertas gentes y qué tan pasivos los pueblos mientras se metan con el vecino y no con el seno de sus propios hogares.
 Otra vez se vota a Macri, otra vez se odia al diferente, otra vez se ignora el dolor ajeno. Qué bronca, qué asco. Los amigos de mamá llevan 17 años cambiando afectos por tierra y gusanos.
Si el grito es igual en todo idioma, es porque el horror es universal. No entiendo por qué no estamos todos gritando. El silencio es la señal de un pueblo rendido. Pueblo mío ¿Por qué callás?

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